Por Roberto Bein *
* Profesor de Sociología del Lenguaje en la Universidad de Buenos Aires.
A lo largo de la historia, los estudiosos han intentado explicar por qué cambian las lenguas. Una hipótesis es la de la "economía lingüística", es decir, una paulatina simplificación de los recursos lingüísticos, como la supresión de la declinación latina en las lenguas romances. Otras explicaciones son más descriptivas: las lenguas cambian con la introducción de nuevos vocablos, debidos al conocimiento de nuevas realidades (como "puma" y "pampa" o, más recientemente, "sida" y "genoma"), a inventos o nuevos procedimientos (como "teléfono", "vacunar", "informatizar"), a cambios sociopolíticos ("burguesía", "globalización") y al olvido de palabras que designan realidades caídas en desuso ("cataplasma", "ebúrneo"). También cambian cuando entran en contacto con otras, en procesos de migraciones, conquistas, desplazamientos de población e incremento del comercio más allá de las fronteras lingüísticas, lo cual abarca desde la introducción de extranjerismos hasta la formación de lenguas "híbridas", de mezclas. Dentro de una misma lengua, un grupo puede introducir cambios que luego se adoptan en general (como la pronunciación "sh" de la "ll" y la "y" en el castellano de los jóvenes porteños).
Pero un factor que tiene una larga historia y que, sin embargo, se omitió estudiar hasta hace unas tres décadas, es que las lenguas también cambian, se introducen nuevas, se determina qué lenguas extranjeras estudiar e incluso se cambia de lengua, debido a decisiones conscientes y planificadas de quienes tienen el poder de hacerlo: generalmente, gobiernos o colectivos con gran influencia pública. Estas decisiones son lo que se denomina política lingüística; y su puesta en práctica, planificación del lenguaje.
El español en Brasil: una anécdota reveladora
Permítaseme ilustrarlo con una anécdota familiar. Hace poco recibí un e-mail de una prima mía que vive en Río de Janeiro. A su hijo Miguel le habla en español argentino. Y ahora Miguel tiene clases de español en la escuela. Mi prima escribe lo siguiente: "Aprovecho para contarles también mi intercambio de palabras con la profesora de español de Miguel. Esta profesora le bajó a Miguel un punto en la prueba, pues al escribir el abecedario en español, colocó ‘ve’ por la V y ‘doble ve’ por la W, y la profesora (profesora?!?) insiste en decir que es incorrecto, que la única opción es "uve" y "uve doble". ¿Cómo puede bajar un punto por una respuesta que no es incorrecta? Bueno, demás está decirles que, sin perder la calma y con mis conocidos buenos modales, le aconsejé que hiciera un cursito en el Consulado Argentino, o en el Colombiano, el Paraguayo, el Peruano...".
Desde la perspectiva político-lingüística, se abre aquí un panorama interesante:
1) el niño tiene clases de español porque –a diferencia de la Argentina– Brasil está cumpliendo con los acuerdos del Mercosur, que recomiendan enseñar la otra lengua oficial en los respectivos países: portugués en Argentina, Paraguay y Uruguay; y castellano en Brasil
2) al niño le corrigen el nombre de la "v" y la "w" porque la norma del castellano enseñado en Brasil suele ser la española; quien está teniendo la hegemonía en la enseñanza del castellano y la formación docente, es el Instituto Cervantes
3) que se haya llegado a esta situación no sólo tiene que ver con la política lingüística brasileña, sino también con la española y con una política lingüística argentina que al respecto está en sus inicios.
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A eso se podría agregar que el "cursito en el Consulado Argentino, o en el Colombiano, el Paraguayo, el Peruano" que le recomendó mi prima a la maestra, demuestra cierto orgullo latinoamericanista y parte de la idea de que existen únicamente dos variedades del castellano: la peninsular y la americana, idea que, por cierto, está muy de acuerdo con la concepción de los sectores más tradicionales de la Real Academia Española. En realidad, sabemos que la distancia entre, por ejemplo, el español de Bogotá y el rioplatense, no es menor que la existente entre éste y el madrileño. Pero estamos aquí ante la eficaz presencia de representaciones sociolingüísticas, que son esas ideas compartidas socialmente acerca de las lenguas, ideas que se interponen entre nuestra práctica lingüística real y la conciencia social de esa práctica, como "el alemán es difícil" o "el inglés es útil para conseguir trabajo". Pueden no reflejar la realidad, pero, a la larga, influyen en ella, puesto que condicionan nuestros comportamientos.
Los usos del idioma en tres países vecinos
Toca ahora preguntarse acerca de los idiomas usados en la región, para averiguar de qué panorama parten las políticas lingüísticas en curso y las que se podrían instrumentar. Una representación sociolingüística bastante generalizada es la de que casi todos los países de América del Sur y la Argentina en particular son monolingües. Sin embargo, y para comenzar por nuestro país, efectivamente hay un monolingüismo expandido desde alrededor de 1920, a pesar de la inmigración masiva y a raíz de una política castellanizadora que se canalizó a través de la escolaridad primaria obligatoria, el servicio militar y ciertas manifestaciones culturales como los sainetes, que ridiculizaban al inmigrante que hablaba cocoliche. Además, precisamente la inmigración de muy diversos países hacía necesario el idioma común para entenderse y conseguir trabajo. También contribuyó a la rápida castellanización la composición social de varios grupos de inmigrantes, que hacían que el castellano fuera la primera lengua escrita en la familia. Sin embargo, resulta fácil comprobar que el panorama no es tan sencillo, por más que la Argentina esté entre los países con menor diversidad lingüística (se señalan unas once lenguas usadas como lenguas del hogar):
1. Hay grupos de inmigrantes antiguos que siguen cultivando sus idiomas de origen (alemanes, franceses, ingleses, italianos, armenios, judíos de Europa oriental, japoneses, rusos, polacos, entre otros). No hay cifras fiables pero se puede suponer que más de un millón de personas conserva la lengua de origen como lengua del hogar, con diversos grados de mezcla con el castellano (como los jocosamente llamados "Belgrano-Deutsch", la mezcla de alemán y castellano que hablan los numerosos inmigrantes alemanes en ese barrio porteño; y el "River-Plate-English", variedad del inglés que hablarían quienes lo aprendieron únicamente en cursos escolares).
2. Algunas lenguas aborígenes conservan su presencia en determinadas provincias, aunque es cierto que son pocos los monolingües (probablemente unas decenas de miles). Sin embargo, a estos hablantes hay que sumarles tanto los migrantes internos como los inmigrantes paraguayos, bolivianos y peruanos, en parte agrupados en barrios periféricos de grandes ciudades, con grados diversos de empleo de las lenguas indígenas.
3. Tienen presencia lenguas de inmigrantes recientes, a saber, inmigrantes brasileños, del sudeste asiático y, últimamente, del este europeo (los inmigrantes coreanos se estiman en unos 30 mil; los de la ex Unión Soviética, en varios miles).
4. En las zonas de frontera, sobre todo en Misiones, se dan formas híbridas de portugués y español (el llamado "portuñol") y hay hablantes de portugués como primera lengua; en Formosa, es notoria la incidencia del guaraní (se habla de "guarañol").
5. Además de la incrementada enseñanza del inglés en las escuelas a partir de la reforma escolar iniciada en el gobierno de Menem, hay una innegable presencia de esa lengua en muchos hogares a través de la televisión, la informática e incluso las instrucciones de uso de artículos importados.
Un panorama similar existe en Uruguay. Si bien la presencia de lenguas indígenas es muy reducida, el portugués tiene mayor difusión, y es fuerte el fenómeno de los llamados "DPU" (dialectos portugueses del Uruguay), sobre todo en la zona de Rivera.
La situación de Brasil es muy distinta: por una parte, no basta con cambiar "castellano" por "portugués" en la caracterización lingüística, porque la norma brasileña es sentida como absolutamente válida: nadie tiene la idea de que el portugués brasileño sea una deformación del "verdadero" portugués europeo, a diferencia de lo que suele ocurrir en los países hispanohablantes con relación a la Real Academia Española. En eso pesan varios factores, entre ellos el hecho de que Brasil tenga 160 millones de habitantes, y Portugal sólo 10 millones. Por otra parte, algunas fuentes afirman que se hablan en Brasil más de 200 lenguas, con una gran diversidad de lenguas aborígenes.
Paraguay es uno de los raros casos en que los vencedores adoptaron la lengua de los vencidos por razones cuya explicación excede esta nota: el guaraní se convirtió en la lengua cotidiana de los descendientes de españoles, sigue siendo lengua vehicular entre indígenas de otras lenguas maternas e, incluso, lo conocen los menonitas, un grupo ultrarreligioso que tiene como lengua primera un dialecto alemán del siglo XIX. Durante mucho tiempo, existió una fuerte diglosia, es decir, una diferencia de uso y jerárquica según la cual el español era la lengua de la educación, la literatura, la administración, la justicia y demás funciones "elevadas", mientras que el guaraní era la lengua del hogar, la cotidianeidad, la amistad, la música popular, es decir, la lengua oral por excelencia. Sin embargo, era símbolo de identidad nacional. Esta situación ha cambiado en los últimos años: el guaraní ha sido declarado lengua co-oficial junto con el castellano, se lo ha dotado de una ortografía unificada y se lo enseña en las escuelas. Aun así, Paraguay ha aceptado por ahora que los únicos idiomas oficiales del Mercosur sean el español y el portugués.
Con todo, la diversificación lingüística de la región, que de esta manera sumaría más de 250 lenguas, no se debe exagerar. El discurso políticamente correcto, que prescribe la defensa de las minorías, no debe ocultar el hecho de que el español es un vínculo efectivo entre la mayoría de las naciones desde Tierra del Fuego hasta México e incluso más allá, puesto que hay unos 25 millones de hispanohablantes en Estados Unidos. Tampoco se debe pasar por alto que el portugués es la séptima lengua entre las 3500 ó 4000 que hoy en día se hablan en el mundo. Más aún: una defensa efectiva de las minorías étnicas y lingüísticas debe partir de datos certeros, y lo cierto es que Argentina, Brasil y Uruguay, se hallan entre los que tienen una sola lengua dominante, y Paraguay, sólo dos, a diferencia de países como la India, en el que se hablan centenares de lenguas y varias de ellas cuentan con millones de hablantes.
La actitud ante las lenguas: un hecho político
Ante esta situación se pueden adoptar dos actitudes: dejar que las cosas sigan su curso (lo cual en sociología del lenguaje se llama política lingüística liberal), o tomar medidas como prescribir lenguas oficiales, defender lenguas de minorías, determinar qué lenguas se deben estudiar en el sistema escolar, fijar estándares de conocimientos exigibles a inmigrantes, imponer regulaciones sobre las lenguas, ayudar a la difusión de la lengua propia en otros países, etc. (lo cual se llama política lingüística dirigista). En este segundo sentido, hubo en años recientes varias iniciativas: proyectos de leyes de Jorge Asís, Jorge Vanossi y Leopoldo Moreau en defensa del castellano, una ordenanza municipal de Norberto Laporta sobre la necesidad de que los comercios indiquen su rubro en castellano, leyes para la defensa de las lenguas indígenas. Pero, sobre todo, surgió una política emanada de la reforma escolar en curso, que incluye las lenguas extranjeras en la escolaridad obligatoria en todo el país –antes sólo eran obligatorias en la Ciudad de Buenos Aires– y presenta iniciativas sobre la enseñanza del español con metodología de lengua segunda para grupos cuya lengua materna sea otra. Y, últimamente, iniciativas –¡por fin!– para la enseñanza del español en el Brasil.
Ahora bien, teóricamente uno puede adoptar cualquier política lingüística; por ejemplo, que la lengua extranjera a enseñar en la Argentina sea el húngaro. Sin embargo, como cualquier otra, una política lingüística puede triunfar o fracasar. Un ejemplo de éxito es la imposición del hebreo en Israel para inmigrantes que venían de decenas de países con centenares de lenguas distintas; un ejemplo de fracaso, la conversión del hindi en lengua general de la India.
¿Cuáles son las condiciones para que una política lingüística triunfe?
Por un lado, un buen conocimiento de la realidad de partida. Esto incluye, en primer lugar, un conocimiento de las lenguas usadas en el territorio. Para ello hace falta un censo lingüístico, con todas las dificultades que comportan las preguntas acerca del uso y el conocimiento de lenguas, porque las representaciones acerca de lo que es saber una lengua varían mucho, y porque inciden factores como el prestigio y la cohesión grupal (para dar un ejemplo: es posible que un bilingüe castellano-lengua indígena no declare esta última, por más que la domine; mientras que un bilingüe castellano-alemán, aun cuando su alemán sea rudimentario, lo exhiba orgullosamente). Aquí interviene, precisamente, el segundo factor a conocer: el discurso circulante acerca del prestigio y la utilidad de las distintas lenguas. Por cierto que, al tratarse de discurso, se lo puede ir modificando con un contradiscurso. Hay que tener en claro que la lengua es un elemento vigoroso de la identidad social, pero las identidades se construyen discursivamente.
Por eso, se debe considerar que hay una relación mutua entre discurso identitario y lengua: si se quiere que, por ejemplo, triunfe la enseñanza del portugués en la Argentina, no solo habrá que crear las condiciones técnicas para hacerlo –formación de docentes, materiales de estudio, legislación, etc.–, sino que también habrá que "propagandizar" esa enseñanza. Pero ni siquiera eso bastará: habrá que combinarla con una enseñanza de la historia común de los pueblos latinoamericanos, de la geografía, de la cultura; en suma, habrá que enmarcarla en la construcción de una identidad que rivaliza con la identidad hispánica y la panamericana. Por lo demás, la política y la planificación lingüísticas requieren de especialistas; se trata de cuestiones complejas, de las que aquí hemos podido dar sólo unos rasgos sucintos.
Con todo, una cuestión central para que una política lingüística triunfe es la voluntad política de llevarla a cabo. Toda política lingüística se enmarca en proyectos políticos más amplios, y cuando hay sectores que preferirían que la Argentina se integrara al Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en lugar de fortalecer el Mercosur, se comprende que hay aquí varios proyectos competidores. Si bien sus consecuencias político-lingüísticas no son directas ni mecánicas, resulta evidente que el apoyo al segundo de ellos debilita en el imaginario social la necesidad de la enseñanza del portugués y que, en cambio, la enseñanza más extendida de este idioma contribuiría a forjar la identidad latinoamericana y fortalecería la voluntad de integración en el Mercosur.
Por último, una consecuencia fácil de advertir: cuando un país no emprende su propia política lingüística interna y externa se ve sometido a la política de terceros países (y mi sobrino Miguel tendrá que seguir sufriendo las correcciones de su profesora de español).
Este artículo fue publicado en la Revista TODAVÍA Nº 1, en mayo de 2002.
Fuente: Revista Todavía.